El impulso de los cohetes

Por: Viviana Benfenati.

En el viaje por ese misterioso y sinuoso espacio sideral que llamamos vida, es imposible volar alto sin sortear rocas. 

Cada uno tiene las suyas, así como un mismo deseo. Todos queremos subir a un cohete que vuele muy alto.

¿Y cuál es la fuerza que impulsa a los cohetes? La respuesta es más hermosa que unos galones de gasolina.

Pero empezamos por lo simple. ¿Qué se necesita para lanzar cohetes al espacio? Primero, voluntad. Querer volar.

Segundo, perseverancia. La vida es caprichosa y engreída, no es fácil convencerla de darnos las piezas ni el tiempo para construirlas.

¿Qué más necesitamos? Pues confianza. Ese cablecito de metal que nos da la certeza de volver.

Volvemos a casa por el camino del cansancio después de un día lleno de riesgos y obstáculos. A veces nos vestimos de frustración y otras de ilusión, pues hallamos piezas maravillosas que nos llenan de esperanza al llevarnos un paso más cerca de nuestro ansiado viaje.

Y ahí encontramos una fuerza especial, capaz de levantar a las más grandes frustraciones, de apaciguar el fuego de las furias, de reaparecer la luz en el apagón y también de encender fuegos artificiales en nuestro corazón.

No importa lo que pase, ganancia o pérdida, dolor o risa, ahí estará la abuela. Con sus rulitos grises, sus dibujos sobre el pan y esa fuerza especial que hace florecer en su nieto lo necesario para construir el cohete.

La pieza más importante para el despegue fue la que siempre ha estado ahí. La abuela tiene su propio cohete, aunque uno diferente, que no se arma pero vuela más alto que ninguno. El fuego que lo enciende nace en la absoluta renuncia para que su nieto pueda alcanzar sus sueños.

El verdadero fuego que eleva el cohete es el amor de la abuela.

Pero, en el viaje de la vida hay distintas rocas. Viajando a toda velocidad nos encontramos con una imposible de sortear. Con esa vamos a chocar así no nos guste.

La única constante en la vida no es el cambio, también lo es la pérdida.

Entonces llegamos a la parte final de la misión. Cuando nos damos cuenta de que la verdadera felicidad no estaba realmente en la meta, sino dentro de nosotros. Siempre estuvo ahí. En esos pequeños momentos, en ese pan envuelto en la mantita rosa, en la sonrisa de la abuela.

Y en haber recibido el amor tan grande de una persona que encontró su propia felicidad viendo a nuestro cohete despegar.

El mensaje detrás de este corto es uno de los más potentes que se pueden transmitir en un medio artístico. Su origen, y lo que lo hace interesante, radica en la representación metafórica de conceptos que necesitan más presencia en la sociedad: la gratitud y el significado de la felicidad. La intención del mensaje, muy bien logrado, nos lleva a reflexionar sobre la importancia de valorar los verdaderos tesoros que tenemos (mientras los tenemos), como el amor de quienes nos rodean, y encontrar en esa gratitud la felicidad, no como un destino, sino como nuestra compañera de viaje.


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