Porkynose

Por: Viviana Benfenati.

Capítulo 1: La subasta

Las agujas del reloj acababan de sincronizarse con el zapato derecho de Jerry, quien seguía dando golpes insistentes en el suelo de cemento del motel. Podía sentir la desesperación subiendo por su garganta con cada movimiento de su tobillo, mientras el océano de razones vanas e inútiles que podrían estar impidiendo que su esposa estuviera en la puerta principal parecía ahogarlo.

- ¡Amara!!! ¡Muévete mujer!!! Nos lo vamos a perder, por el amor de Dios… - esas últimas palabras salieron en un susurro amargo, mientras Jerry se acercaba a las escaleras, agarrándose de la baranda con desesperación.

- ¡Casi termino! - fue la respuesta de Amara, en una voz suave e infantil.

Jerry ya había encendido el auto y estaba listo para irse sin su esposa, casi olvidando que no habría ningún trato sin ella. Amara finalmente bajó las escaleras cuando el rostro de Jerry estaba tan encendido como el motor.

- ¿Podrías no ir tan rápido? - dijo, con una voz tan aguda que podría cortar la tensión en el auto, mientras Jerry hundía el zapato en el acelerador - Podríamos tener un accidente. No tiene sentido que corras de esa manera, vamos a llegar a tiempo siempre que estemos destinados a hacerlo, cosa que así será. Yo sé que está en nuestro destino.

Las manos sudorosas de Jerry agarraron el timón con más fuerza, a la vez que sus dientes hacían lo mismo con su lengua, evitando lanzar una respuesta, mientras su mente recordaba lo mucho que odiaba cuando Amara traía su basura esotérica sobre el destino a sus actividades cotidianas.

Sin embargo, su ira cegadora desapareció tan pronto llegaron, y se transformó en una ansiedad penetrante, al ver que el lugar estaba lleno de postores.

El evento ya había comenzado, pero, de acuerdo con las predicciones de Amara en el carro, llegaron justo a tiempo para la subasta de la casa.

Encontraron un lugar vacío en algún punto entre la puerta de entrada y el subastador. Jerry miró a Amara, quien se había detenido unos centímetros delante de él, luciendo tan pacífica como si estuviera mirando la puesta de sol más relajante. Ella confiaba ciegamente en que iban a quedarse con la casa. Después de todo, fue lo que dijo su taza de café esta mañana.

Jerry echó un rápido vistazo a la masa de postores que los rodeaba y sacudió la cabeza en desaprobación. Eran tantos, y todos se veían mucho más ricos que su desafortunada esposa, con quien estaba haciendo magia para criar a un niño en un motel prefabricado, perdido en algún lugar de la carretera.

-Y finalmente, nuestro artículo más esperado, una casa victoriana de dos pisos en las afueras de la ciudad, ¡la Mansión Porchester!

El subastador miró con orgullo a la multitud, mostrando una sonrisa de oreja a oreja, como si estuviera a punto de anunciar el Oscar a mejor película.

-Tengo buenas noticias para todos ustedes, queridos asistentes. Sin embargo, si han llegado tan lejos en la subasta, estoy seguro de que ya saben más sobre esto que yo. El Banco Financiero de la Nación ha lanzado un programa que guarda la llave de sus sueños, literalmente. ¡Señoras y señores, les presento el Programa social Orgullo y Propiedad! Este plan otorga a las personas que actualmente están luchando por poner un techo sobre sus cabezas la oportunidad de tener las llaves de una vida digna y, bueno, poner nuevamente en circulación propiedades antiguas, pero eso no es lo más importante - dijo, dejando escapar una risita jactanciosa mientras se abanicaba con su esquelética mano - ¡Lo importante es que el banco asumirá el ochenta por ciento del valor de la propiedad y dejará el resto para subasta! ¡Un fuerte aplauso!!!

La desbordantemente entusiasmada multitud hizo temblar las paredes con una salvaje ronda de aplausos.

-Los programas sociales como este ciertamente no están disponibles todos los días, por lo que son ustedes muy inteligentes al estar aquí. ¡No hay mejor inversión para su futuro y el de su familia! El precio de salida que debe asumir el afortunado ganador es de sesenta mil dólares.

Allí estaba, frente a los ojos de Jerry, la foto de esa antigua casa victoriana de paredes de color púrpura oscuro. El lugar que le hizo olvidar lo que era dormir tranquilamente por la noche, pues mantenía su mente inquietamente despierta y su imaginación vagando inútilmente por los ruidosos pasillos de ese motel repulsivo que era su hogar.

Al escuchar el precio inicial de la subasta, Jerry recordó a su suegro. En su mente resonó la constante perseverancia del viejo por humillarlo, burlándose de cada una de sus acciones, señalando como estúpida hasta su sola existencia. Cómo se esmeraba por recordarle constantemente lo tóxico que era para su hija y lo miserables que fueron los primeros años de matrimonio.

Sin embargo, una cálida capa de alegría cayó sobre la mente de Jerry, como un suave chorro de caramelo sobre un flan recién hecho, al recordar la noticia del fallecimiento de su suegro. Agradeció amargamente a ese viejo idiota por los ahorros de su vejez, que ahora constituían la herencia de su única hija.

- ¡Setenta mil dólares! - gritó un hombre alto en la primera fila.

Los pensamientos agridulces de Jerry se cortaron abruptamente, llevándolo de regreso a la realidad.

- ¡Setenta y cinco mil dólares!

- ¡Ochenta mil!

Ahora eran los latidos del corazón de Jerry los que estaban sincronizados con los segundos del reloj. El precio todavía estaba por debajo de su presupuesto, pero ciertamente había comenzado a despegar. Iba a ser una batalla dura.

- ¿Deberíamos lanzar la oferta ahora? - le preguntó a Amara, con una voz más temblorosa de lo que hubiese querido.

Fue entonces cuando Jerry realmente entró en pánico. Amara giró lentamente la cabeza hacia él, aunque no lo miraba directamente. La cara de su esposa había adoptado el tono de blanco más inexpresivo en el pantone de colores de piel. Detrás de una galaxia de manchas solares, profundas líneas de expresión y un par de lunares marrones y peludos, estaba el mismo color que uno encontraría en la cara de una muñeca de porcelana.

Amara también parecía haber prescindido de la necesidad de parpadear. De haber estado echada; Jerry se habría dispuesto a declararla muerta. Ella solo se limitó a mirar al vacío durante un par de segundos y luego se volvió hacia el subastador.

-Amara, la vamos a conseguir, ¿no? - susurró.

Ella volvió la cabeza hacia el mismo lado de nuevo, más rápido que la última vez, pero con la misma expresión de muñeca barata de bazar.

-No lo sé.

Pero ella dijo que estaba segura, pensó Jerry desesperado, ¡dijo que la íbamos a conseguir! (¡La jodida taza de café lo confirmó!). Esos pensamientos seguían asaltando su mente, bloqueando completamente sus oídos, mientras su pecho se ponía rígido, haciendo que respirar fuera casi imposible. Su mente seguía desbordándose con una avalancha de posibilidades negativas, mientras sus ojos seguían enfocados, sin pestañear, en esas innumerables manos que se elevaban en el aire, amenazando su futuro como chispas de fuego en un charco de gasolina.

Era su única oportunidad de conseguir una casa como esa. Esta subasta era la única posibilidad que tendrían para dejar de vivir en un lugar alquilado con paredes prefabricadas para siempre.

Amara era una ama de casa, nunca aprendió ningún oficio y, por alguna razón que a él nunca le importó, jamás pudo mantenerse en ninguno de los pequeños trabajos que consiguió. En cuanto a él, la verdad es que nunca fue el hombre de negocios que su esposa creía. Si ella supiera que esos viajes de negocios nunca existieron, y no fueron más que necesarias escapatorias diseñadas por él mismo para tomar un poco de aire y alejarse, al menos por un par de días, de los resultados de las decisiones erradas en su vida.

- ¡Noventa mil dólares! - una mano que mostraba más anillos y brazaletes que piel se levantó frente a él.

Amara parecía haber despertado de su trance y había finalmente decidido disparar su oferta. Jerry ya había dejado de respirar, cuando se dio cuenta de que el siguiente postor era el silencio. Amara se dio la vuelta, esta vez para mirarlo directamente, mostrando sus dientes amarillentos en una sonrisa desbordada de alegría.

Los corazones de ambos reanudaron su ritmo, mientras Jerry instintivamente colocó su mano sobre el hombro de su esposa, notando que no podía recordar la última vez que tuvo alguna interacción física con ella, de cualquier tipo. Tal vez ahora habría espacio en su hogar (y en sus mentes) para intentar revivir la relación.

- ¡Ciento diez mil!

Una voz suave pero decidida vino desde el fondo de la habitación. Un hombre bien vestido, con edad suficiente para ser el abuelo de Jerry, estaba de pie junto a la entrada, gracias a la ayuda de un bastón y a la benevolencia de la muerte que aún se negaba a llevárselo.

- ¡Oh, que lástima por la pareja anterior! ¡Tan cerca! Bueno, ciento diez mil dólares para el caballero de atrás ... ciento diez mil a la una ... ciento diez mil a las dos ...

Jerry miró directamente al señor. Se veía tan frágil ... su cuello era lo más parecido que había visto a una ramita arrugada ... sería tan fácil simplemente ... romperlo.

- ¡Ciento diez mil a las tres! ¡Demos un gran aplauso para el nuevo propietario de esta hermosa casa victoriana!

Jerry se dio cuenta de que su esposa ya estaba mirando al viejo, mientras este cojeaba con orgullo entre la multitud camino a reclamar su premio.

- ¡Un fuerte aplauso para el señor Corbyn! - dijo el subastador, mientras pasaba su brazo alrededor del frágil esmoquin del ganador, impregnándose seguramente de naftalina.

Ambos sonrieron para la foto. Corbyn posó, mientras su débil pecho se hinchaba de orgullo y su dentadura de porcelana blanqueada artificialmente brillaba intensamente bajo las luces LED.

Todos se habían ido, pero Amara y Jerry seguían ahí parados, en medio de la habitación vacía, con una esperanza muerta y un largo camino de regreso al motel.

Una vez de vuelta en el auto, no hubo otro sonido más que el rugido del motor, un ruido que no era lo suficientemente fuerte como para eclipsar el sonido de la decepción. El carro no había avanzado más que un par de kilómetros cuando, de repente, Jerry frenó. Si no fuera por esos andrajosos cinturones de seguridad, ambos habrían tenido el parabrisas de almuerzo.

Sin embargo, no hubo necesidad de intercambiar palabras, pues Amara, después de recuperarse del susto, pareció comprender perfectamente la razón detrás de una maniobra tan imprudente. Se quedaron sentados allí durante un par de minutos, mirándose fijamente a los ojos, sintiendo una conexión que nunca habían experimentado en diez años de relación.

Amara sonrió y luego Jerry hizo lo mismo, justo antes de girar el volante de regreso al lugar de la subasta.

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Capítulo 2: La Mansión Porchester

El sol brillaba radiante en la Mansión Porchester. Sin embargo, las sábanas del dormitorio principal habían estado frías durante mucho tiempo, pues el Sr. Corbyn se había levantado antes de que el sol siquiera recordara de qué lado del mundo debía salir.

Su rutina diaria no comenzaba ni un minuto después de las cuatro y media de la mañana, su momento favorito para hacer ejercicio. Y es que esa pierna suya ciertamente demandaba gran atención. A pesar de su gran colección de años, el Sr. Corbyn estaba convencido de que no iba a dejar este mundo siendo un hombre que camina con un bastón.

A las seis en punto, la mano del Sr. Corbyn se colocó en el grifo izquierdo de la ducha. Sus músculos, aunque frágiles, estaban profundamente agradecidos por esta rutina suya, pues no había mejor manera de cerrar una mañana de ejercicio que con un poderoso baño de agua fría.

El temporizador de la cocina no había ni terminado de tocar su aguda melodía cuando el reloj marcó las siete. Las tostadas realizaron su salto olímpico fuera de la tostadora a las siete y diez, solo cinco minutos después de que la cafetera anunciara que el elixir de la atención y la productividad estaba listo para tomar. Sin embargo, no fue hasta las siete y veinte que las manos del Sr. Corbyn se colocaron sobre la mesa, el bastón, negro y brillante, descansaba en la silla de al lado y su poto se desplazaba hacia el cojín de la silla, mientras cerraba los ojos y respiraba profundamente la fragancia de un delicioso desayuno.

Y entonces sonó el timbre.

Tres sonidos distintivos se escucharon acercándose a la puerta principal, dos pasos y un bastón, mientras el Sr. Corbyn se veía obligado a interrumpir la ingesta de sus manjares para atender al primer visitante de su nuevo hogar.

El nuevo propietario era consciente, sin embargo, de que hoy su rutina diaria iba a verse levemente alterada, pues hace unos días había decidido contratar ayuda. Abrió la puerta, mostrando graciosamente su pulida dentadura a través de una cálida sonrisa.

Una cara que lucía una galaxia de manchas solares, profundas líneas de expresión y un par de lunares marrones y peludos, lo saludaba al otro lado de la puerta, mientras unos dientes tan amarillos como su jugo de piña abandonado asomaban bajo una sonrisa forzada.

-Buenos días, usted debe ser… ¿La Sra. MacCaa?

-Amara MacCaa, feliz de conocerlo, Sr. Corbyn – dijo ella, con una pequeña y cursi reverencia.

-¡Pase, pase!

Amara entró en la casa y estaba a punto de dirigirse a la sala, cuando el anciano la interrumpió.

-Por favor, estaba a punto de desayunar, ¡venga a sentarse conmigo!

Incómoda, Amara siguió los pasos del bastón hacia la cocina. Fue amablemente invitada a sentarse a la mesa, mientras que el Sr. Corbyn decidió comenzar no en el papel de su empleador, sino en el de su anfitrión. Le preguntó qué quería para desayunar, suponiendo que no había comido nada. En efecto, no lo había hecho.

El dulce en esa mermelada de fresa debe saber amargo frente al temperamento tan cursi de este chiflado, pensó Amara, mientras le esbozaba una sonrisa forzada, a la vez que sus ojos se dirigían hacia la elegante y frágil taza de porcelana, que descansaba en un posavasos tejido que le hacía juego.

-Bueno, tal vez te vayas a sorprender, querida, por eso debo avisarte primero - dijo Corbyn, mientras abría los cajones de la cocina en busca de algo fuera de la vista de Amara - Verás, siempre me divierto mucho siendo creativo a la hora de decidir qué desayunar. Me gusta la mezcla de diferentes sabores, dulce, salado, ácido, amargo, todo en un solo bocado. Por ejemplo, ¿sabes lo que hice ayer? Bueno - dijo con una risita alegre - Decidí mezclar esa mermelada de fresa que ves ahí en la mesa con… - Dejó la oración ahí, a mitad de frase, mientras seguía buscando algo en el cajón.

-Con…

La delgada línea entre el desconcierto y el disgusto de Amara era tan imposible de encontrar como ese misterioso objeto perdido en los cajones de Corbyn.

-¡ESTO! - dijo, dándose la vuelta con sorprendente rapidez para su edad y condición, antes de poner sobre la mesa un frasco de vidrio cubierto con una tela de lino color marfil, cuidadosamente bordada, que mostraba un conejito blanco comiendo una zanahoria mientras miraba a la observadora del frasco .

-¡¡¡Pepinillos!!! - dijo aplaudiendo con enorme emoción, como si ese frasco fuera un premio que se había pasado toda la vida esperando - Te lo digo, querida, te vas a morir de risa con mis excentricidades a la hora de desayunar. ¿Qué te gustaría comer?

-Uh, pan con mantequilla está bien, gracias - respondió Amara, forzando otra sonrisa, incluso más falsa que la anterior.

-Sabes, querida, cuando era pequeño vivía con mi mamá y mis seis hermanos. Bueno, cuatro hermanos y dos hermanas. Éramos tan pobres que las únicas muñecas que tenían mis hermanas eran las que están en sus brazos, antes de que empiecen las manos – dijo el anciano, antes de soltar una risotada que retumbó hasta el segundo piso - Pero siempre fuimos muy felices igual. Nuestro desayuno diario consistiría únicamente de pan, como ese que te acabo de servir, y mantequilla. Pero aún así esperábamos con ansias la hora del desayuno todos los días. Éramos una familia muy unida.

Amara estaba sorprendida al ver cuánto podía hablar una persona sobre el desayuno. Sin embargo, antes de que pudiera siquiera darse cuenta, su atención ya se había desviado. Mientras su cuerpo permanecía sentado en esa silla, su mente ya se había largado al segundo piso. Se imaginó a sí misma subiendo esa larga escalera alfombrada, como la dueña de la casa. Realmente podía sentir la baranda lacada bajo su mano izquierda mientras pasaba suavemente a través de ella con cada paso.

Su pecho se hinchó de orgullo cuando llegó al segundo piso y se dio la vuelta, mirando la magnificencia detrás de cada rincón de su propio palacio. Luego se dirigió hacia el dormitorio principal, y aquí es donde la guía de cada uno de sus pasos fue creada completamente por su imaginación, pues nunca había visitado esa parte de la casa.

Una habitación tan grande como una piscina olímpica la recibió con sus hermosas cortinas de raso rojo y unas ventanas que llegaban hasta el techo, permitiendo que la luz del sol corriera libremente por las paredes, que estaban cubiertas con fotografías de ella y su familia.

Entró lentamente en la habitación, casi saboreando cada paso, y cerró los ojos. Siguió caminando, con los ojos cerrados y los brazos extendidos a los lados, sintiendo los cálidos rayos del sol en su cara, mientras inhalaba el olor de la libertad.

Una brisa, tan fría como el pedo de un muñeco de nieve, pensó ella, había congelado su sonrisa y despeinado su pelo aún más que de costumbre. Amara abrió los ojos abruptamente para encontrarse en completa y absoluta oscuridad. Todavía estaba en la habitación, eso era un hecho, pero a la vez no lo estaba.

La habitación era diferente; todo parecía haber sido revestido con el tono de negro más oscuro que existe, incluso por fuera de las ventanas. Parecía como si alguien hubiera clavado un grueso bloque de madera, cubriéndolas completamente de arriba a abajo.

Y, sin embargo, de alguna manera podía ver. No estaba segura de dónde venía la luz, o si había luz siquiera, pero podía ver con tanta claridad como cuando brillaba el sol, hacía un minuto. Recordó las fotos en las paredes y lentamente se dio la vuelta para mirarlas.

Un millón de Amaras le devolvían la mirada, exactamente con la misma expresión aterrorizada, pues cada foto se había convertido en un espejo. Dio un paso más hacia ellas, aún sin creer lo que estaba viendo, mientras cada uno de sus reflejos hacía lo mismo. De repente, las Amaras de los espejos más pequeños sonrieron, seguidas por las que estaban en los espejos más grandes. Todas soltaron una risita alegre y rápidamente cambiaron sus gestos a unos sin vida. Ahora todas la estaban mirando, sin expresión alguna, y sin parpadear.

Amara trató de mirarlas a todas al mismo tiempo, pero la pared era demasiado grande y eran demasiadas. La ansiedad subió por su pecho como una araña gigante mientras seguía parada ahí, horrorizada por la idea de que esos reflejos fuera de su vista quedaran libres para jugar con su mente.

De repente, las pupilas de la Amara en el espejo más pequeño comenzaron a crecer y se expandieron hasta que el iris se convirtió en una canica negra. Las pupilas de la Amaras vecinas hicieron lo mismo.

A medida que los ojos de las Amaras en la pared crecían, un silbido distante resonó en el extremo más alejado de la habitación. Era como la llamada de una tribu perdida en el tiempo y el espacio, abandonada en algún lugar olvidado entre los vastos rincones del mundo.

El silbido se desvaneció lentamente, dando espacio al sonido del silencio. Después de unos segundos sordos, una canción animada y divertida envolvió salvajemente la habitación, comenzando con acordes de piano enérgicos y platillos alegres. Amara encontró esta canción familiar, aunque no recordaba cuándo ni dónde la había escuchado.

“Joan escuchó un golpe golpe golpe

Que venía de la puerta de su cuarto cuarto cuarto”

Los instrumentos siguieron sonando, mientras las Amaras en la pared empezaron a soltar unas risitas, divertidas por el ritmo. Las risitas pronto se convirtieron en escandalosas risas. Estruendosas y sin control.

“Se levantó de la cama y se apoyó en la lacada madera

Dio un toque toque tímido en respuesta

Y un gruñido estruendoso se escuchó del otro lado

Seguido por un rugido desbordado”

La misma estrofa de la canción sonaba una y otra vez, mientras las pupilas seguían creciendo, siguiendo el ritmo de una risa desenfrenada que parecía no tener fin. Las pupilas de las Amaras en la pared crecieron desproporcionadamente, hasta salirse de las cuencas de sus ojos, torciendo sus cejas y derritiendo la piel de sus pómulos. Continuaron deformando las caras hasta que a cada cráneo le quedaron dos agujeros negros del tamaño de huevos de avestruz. Y luego siguieron creciendo.

“¡Aún está viva!!! Gritó una voz ahogada

Joan sonrió, abrió la puerta y se inclinó para divisar…”

Y siguieron creciendo…

La música en la habitación era tan fuerte que Amara estaba convencida de que sus tímpanos se habían vuelto tan grandes como los ojos de esas cosas ensangrentadas en las paredes, a punto de explotar. Mientras esta idea cruzaba por su mente, podía sentir que todo su cuerpo comenzaba a congelarse, mientras ella permanecía indefensa, petrificada, enfrentándose inevitablemente a la convicción de que había algo en la habitación con ella, algo que no podía ver, pero sabía que estaba ahí.

Y se aseguró de que esas voces no la volvieran a despertar”

En ese momento, Amara descubrió que el verdadero sonido del horror comenzaba con una divertida canción.

Una fuerte presencia a su lado derecho la miraba y avanzaba lentamente, mientras bailaba fervientemente al ritmo de la canción. Podía escuchar sus divertidos pasos hasta que su aliento erizó cada pelo en la parte de atrás de su cuello.

Estaba sobresaliendo de su rango de visión y, sin embargo, podía sentirlo perfectamente. En ese momento, Amara estaba usando un diferente par de ojos, unos que no se ubicaban en su cara sino en su interior. No sabía qué era exactamente lo que estaba detrás de ella. Pero no importaba; sabía que estaba aquí por ella. Esa cosa sabía ... lo sabía todo ...

Un olor tan repugnante, que casi logra hacerla vomitar todo su cerebro, envolvió su cabeza, por dentro y por fuera. El olor de innumerables cuerpos, profundamente sellados en una cámara, quemó sus ojos y asaltó todo su ser.

Una descarga eléctrica se encendió dentro de ella, permitiéndole recuperar un control mínimo sobre su cuerpo entumecido. Se dio la vuelta lentamente, sintiéndose como un cadáver. Con cautela, giró ligeramente el rabillo del ojo hacia un lado, mientras el ruido en la habitación se intensificaba, colándose por sus orejas y su cerebro como un bichito con afiladas garras.

De repente, su cabeza comenzó a mecerse al ritmo de la canción, mientras sentía que la cuerda floja de la cordura se le soltaba y seguía el ritmo también. Ahora entendía que esa tan extraña música no venía de ningún lugar en la habitación, sino desde el interior de su cabeza.

De repente, una sonrisa que no podía explicar se dibujó en sus labios, mientras que, al mismo tiempo, volteó mecánicamente la cabeza, decidida a enfrentar lo que fuera que estaba detrás de ella ... y luego su cuerpo giró también ...

-¿Te gustan los narcisos?

Amara tuvo que cerrar los ojos, ajustándolos a los brillantes rayos del sol del mediodía que entraban por las ventanas de la cocina. Corbyn finalmente había dejado de hablar y la miraba con los ojos muy abiertos, esperando una respuesta con profunda impaciencia.

-Ay, querida, te estaba hablando de flores. Mis favoritas son justamente las más simples de todas; los lirios morados. Los narcisos ocupan el segundo lugar, pero no puedo tenerlos en casa porque soy alérgico a ellos. ¿Te gustan los narcisos?

Debo haberme quedado dormida, asumió Amara, mientras culpaba esa retorcida pesadilla a las incontables noches que pasaba fumando junto a la mohosa piscina del motel, incapaz de sumergirse en los reinos del sueño.

- Eh… no. Quiero decir, sí, sí, me gustan.

- ¡Qué bueno! Entonces ya somos dos - dijo Corbyn, seguido de unos repetitivos y divertidos aplausos - Ahora déjame mostrarte el resto de la casa.

Corbyn se puso de pie, agarró su bastón y se dirigió hacia la puerta de la cocina, donde se detuvo a esperarla. Después de unos segundos, que se sintieron eternos, Amara, aún muy desorientada, se levantó de la mesa y comenzó a seguir los pasos del anciano de regreso a la sala de estar.

Mientras se acercaba a la puerta de la cocina, el anciano la miró fijamente y empezó a murmurar algo de nuevo. Entonces, un repentino descubrimiento golpeó la sorprendida mente de Amara.

Un vívido recuerdo de su reciente pesadilla pasó por sus ojos como una estrella fugaz, al darse cuenta de que Corbyn no estaba parpadeando. Tan igual como las Amaras que la miraban desde la pared.

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Capítulo 3: La ardilla

Un delgadito hilo de humo se elevó del cigarrillo de Amara, mientras cerraba los ojos con gran gusto, inhalando el olor de la soledad, sentada en el diván mohoso junto a la piscina del motel; su espacio personal de escape nocturno.

Una sombra oscura se acercó a ella rápidamente, malogrando el momento.

- Y, ¿cómo te fue? - Dijo Jerry, mientras se sentaba en otra silla mohosa junto a la de ella y se inclinaba hacia adelante, como un gerente en medio de una entrevista que no iba tan bien.

-Bien, supongo. Es el típico viejo loco promedio - respondió ella, en una pose desinteresada mientras fumaba lo poco que quedaba del cigarro.

-¿Hizo muchas preguntas?

-En realidad no, al menos no preguntas personales. El viejo nunca deja de hablar, así que no tengo mucho espacio para contar cosas personales.

Jerry enderezó la parte superior de su cuerpo mientras respiraba profundamente, emitiendo un sonido que se encontraba luchando en algún lugar entre la paciencia y la irritabilidad. Luego retomó su pose de empresario sabelotodo.

-Entonces,

Un gato callejero interrumpió la pregunta de Jerry, con un maullido rasposo que rebotó por toda la calle, chocando contra las paredes de las casas vecinas. El sonido enfureció a Jerry, pues había arruinado su momento dramático, mientras que Amara sintió que la ansiedad crecía a medida que las bocanadas de humo emergían de su boca.

- ¿Cuándo crees que podamos terminar con esto? – preguntó Jerry, como un padre preguntando a su hija escolar sobre sus malas notas.

- No lo sé, Jerry.

- ¿No lo sabes? ¿Y qué hacemos entonces? ¡No vengas aquí diciéndome que te estás echando para atrás! Ese tipo es viejo como el queso, vive solo, ¡¿qué más fácil que eso?!?!

Jerry cerró los ojos mientras respiraba profundamente. Luego se levantó de golpe de su silla y se sentó junto a su esposa, antes de colocar una mano hipócrita en su hombro.

- De esa manera podemos invertir el dinero de tu papá en una mejor escuela para Levi, ¡en una mejor vida para nosotros! Nos preocuparíamos por todo lo demás, pero ya no por tener un techo sobre nuestras cabezas. Nada va a caer del cielo para nosotros, excepto el techo de nuestra habitación en este motel. Y eso es algo que sabes muy bien.

Ella quería decirle que tal vez deberían cancelar todo el asunto, tal vez deberían aceptar su realidad y enfrentarla, luchar para cambiarla, como hace todo el mundo. ¿Cómo afrontan otras personas problemas como los suyos? ¿Cómo encuentran los demás la salida del desagüe? ¿No son ellos tan capaces como ellos? ¿No son igualmente fuertes? ¿Era ésta realmente su única oportunidad de saltar de las arenas movedizas? Tenía que haber otra forma que no implicara ensuciarse las manos y mancharse el alma de por vida. No, definitivamente ella no sería parte de esto. Decidida, dejó el cigarrillo y se dio la vuelta hacia él.

Un fuerte chapoteo sonó a unos metros de ellos, haciendo que ambos saltaran de la silla, profundamente asustados.

Algo había caído en la mugrienta piscina.

Jerry decidió ignorarlo, echándole la culpa a alguna ardilla vecina que no había visto el borde, dada la sofocante oscuridad que envolvía los alrededores a esas horas de la noche.

Por una milésima de segundo Amara le creyó, pero sus agitados instintos notaron rápidamente que la gran cantidad de agua que se movía no podía venir solo de una ardilla. Impulsivamente, se levantó de su silla y se acercó a la piscina, arrastrada por el movimiento y el sonido de lo que fuera que estaba ahí luchando por su vida en esas aguas turbias.

Al darse cuenta de lo que era, su corazón se detuvo abruptamente, convirtiéndose en un enorme vacío negro, que succionaba el aire directamente de sus pulmones.

La mitad superior de su cuerpo ya estaba en la piscina, sus manos agarrando y jalando hacia arriba con todas sus fuerzas.

Su hijo de seis años, Levi, ahora estaba tirado en el suelo junto a la piscina, sin respirar. Amara vio toda la escena en cámara lenta, y en un completo y absoluto silencio.

Jerry comenzó a bombear su pequeño pecho hacia arriba y hacia abajo, tomó su pulso, bombeó un poco más, intentó una improvisada respiración boca a boca, tomó el pulso de nuevo, bombeó de nuevo.

El único sonido que revivió en Amara el sentido del oído fue el gorgoteo de agua atorado en la garganta de Levi, saliendo de su boca y dejando finalmente espacio para que entre el aire. Esos reflejos de arcadas fueron la melodía más dulce que ella jamás había escuchado.

Una segunda ola de felicidad envolvió el cuerpo de Amara inmediatamente después, originada en el sonido de la tos de su hijo, que revivió en ella el recuerdo de cómo sonaba la voz de Levi.

Las palabras en el diccionario de Levi eran tan numerosas como gaviotas en un desierto, pues, por alguna razón que aún seguía siendo un enigma para sus padres, un día el niño decidió que no quería hablar más. Apenas estaba aprendiendo a decir algunas palabras, cuando de repente se detuvo para no intentarlo de nuevo. Y así, sin más, el misterioso mundo de silencio de Levi estaba ya al borde de su cuarto aniversario, y contando.

Amara pensaba en todo esto mientras abrazaba al niño con fuerza.

- ¡Déjalo respirar, mujer! - gruñó Jerry, mientras sus manos aún temblorosas intentaban levantarlo del suelo con torpeza.

Levi tosió por última vez, mientras las últimas gotas de agua salían disparadas de su garganta.

-¿Qué carajo pasó?

-¡Jerry, cuida tus palabras frente al niño! Te lo he dicho mil veces.

Levi, ahora sorprendentemente tranquilo, giró la cabeza hacia su papá y lo miró por un par de segundos, con ojos rojos y empapados. Luego extendió su mano izquierda hacia su cabeza, imitando la lluvia que caía del techo con los dedos; mientras que en su pequeña cara se dibujaba una expresión cargada de seriedad.

-Esos huecos de mierda en el techo de nuevo.

-Simplemente vámonos ya a cambiarlo, Jerry.

Jerry cargó al niño y se dirigió de frente hacia su habitación; Amara caminaba detrás de ellos. Sin embargo, después de solo dar unos pocos pasos por el jardín, una fuerza extraña se apoderó de su cuerpo, obligándola a detenerse por un segundo. Se quedó allí, con la mitad del cuerpo empapado en esa agua sucia, mientras veía a su esposo caminar rápidamente hacia la habitación del motel, sosteniendo a su hijo, que también estaba empapado por la misma porquería.

El continuo ruido que hacían esas gotitas al caer del techo empezó a sonar de nuevo en la mente de Amara, siguiendo ese ritmo que le era ya tan familiar. Dos gotas consecutivas, luego una sola, dos gotas consecutivas, luego una sola, su mente seguía reproduciendo la melodía.

-Entiendo que no hay otra manera, entonces - dijo ella, esbozando una sonrisa agridulce que no podía explicar, mientras pensaba en cómo esos sonidos de gotas colándose a través del techo roto podrían ser la banda sonora de su actual vida familiar.

Reanudó sus pasos hacia su habitación, esperando que Levi no se despierte al día siguiente con una infección estomacal.

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Capítulo 4: Balbuceos

-Un poco más hacia la derecha, querida.

El extremo inferior del bastón del Sr. Corbyn apuntaba hacia el estante superior derecho de la cocina, mientras instruía a su nueva ayudante sobre cómo almacenar correctamente las galletas de vainilla en su correspondiente frasco de mármol.

-¡Excelente! Excelente, querida. Ahora, si me disculpas, subiré a mi habitación para que puedas terminar de limpiar la cocina.

Amara esperó pacientemente hasta que el sonido del bastón golpeando las escaleras se perdiera en la distancia. El silencio absoluto que envolvía la cocina le sirvió como señal para algo que había secuestrado su mente y toda su atención desde que llegó por la mañana, aunque su cuerpo había estado mecánicamente ocupado atendiendo los caprichos de Corbyn. Amara se dio la vuelta y salió de la cocina.

Sus ojos echaron un rápido vistazo a la parte superior de las escaleras, para asegurarse de que no la vigilaban. Después de confirmar que el terreno estaba despejado, cruzó de puntitas la sala hasta llegar a la parte de atrás de las escaleras, donde la puerta del sótano la esperaba en todo su esplendor de óxido y polvo de polilla.

Amara giró la perilla con cuidado, como si estuviera realizando una cirugía cardíaca de alto riesgo, rogando que no hiciera ningún ruido. Un crujido oxidado, aunque casi inaudible, fue lo suficientemente fuerte como para acelerar los latidos de su corazón como un velocímetro en una carrera de Fórmula 1. Mientras su mente explotaba con excusas para justificar qué hacía allí, apoyó todo el cuerpo en la puerta, empujando hacia adentro con absoluta desesperación para que ésta se abriera.

Un grito agudo, mucho más fuerte que el ruido de la puerta, escapó de la boca de Amara, cuando se dio cuenta de que la luz del sótano estaba encendida. El foco más brillante que jamás había visto colgaba del techo, al final de una escalera de madera inusualmente larga, cuyos escalones iluminaba cegadoramente. Las paredes, pintadas de un blanco inmaculado, se perdían al final de la escalera, junto con el alcance de su visión.

¿Qué guardaba Corbyn allí que requería tanta iluminación? Amara se dio cuenta de que esto era lo más cercano que se había sentido en su vida a una polilla. Sus ojos se abrieron profundamente, como los de un búho, atraídos sin piedad por esa luz. Perdiendo su capacidad de pensar y su sentido de precaución, comenzó a bajar las escaleras, jurando haber escuchado su nombre llamado desde ese pequeño foco.

Una sombra juguetona se movía de un lado a otro, rebotando en cada pared y rincón de la habitación, aunque ella no podía identificar exactamente qué era. Siguió descendiendo, tan lenta y silenciosamente como una ratita asustada, caminando por un camino lleno de trampas para ratones.

Dobló las rodillas ligeramente y se agachó para mirar. Fue entonces cuando sus ojos se abrieron como platos por segunda vez ese día. El sonido desgarrador que solo puede nacer del terror puro escapó de sus entrañas, al mismo tiempo que sus piernas perdían fuerza y se resbalaron. Amara rodó por las escaleras, sin interrumpir su punzante canto de desesperación y horror.

El cuerpo de un hombre se balanceaba de una cuerda que colgaba desde el techo hasta su cuello. El cuerpo siguió balanceándose mucho después de que Amara llegara al suelo, siguió balanceándose mientras recobraba sus sentidos, y continuó balanceándose sin parar mientras ella se levantaba y reunía la fuerza suficiente para darse la vuelta y mirarlo nuevamente.

E incluso entonces, continuó balanceándose un poco más.

Amara se puso de pie y se quedó en trance mirando el cuerpo, incapaz de apartar la vista de él. Las paredes y el techo estaban completamente pintados de blanco, y no había nada más almacenado en ese sótano que el cuerpo tambaleante.

De repente, se detuvo.

Pasaron unos segundos, mientras Amara seguía mirando directamente al cuerpo colgante, ahora inmóvil. Sus ojos se secaban por la falta de parpadeo.

Y luego, lentamente, el cuerpo comenzó a girar hacia ella.

El silencio mortal que se había apoderado de ese sótano fue levemente roto por el frágil sonido de la cuerda retorciéndose.

El tiempo que tardó el cuerpo en darse la vuelta, se sintió, en opinión de Amara, como si fuesen horas. ¿Quién es? ¿Realmente quieres saber? Se preguntó a sí misma.

Pero si ya lo sabes

¿Qué fue ese sonido? Amara sintió que la voz en su cabeza sonaba tan fuerte como la de una persona real. ¿Quién dijo eso?

Sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos agresivamente cuando vio de quién se trataba. El cuerpo sin vida de Jerry la miraba fijamente, su cara fundiéndose en una sonrisa torcida y físicamente imposible.

Amara gritó más fuerte de lo que su capacidad vocal había logrado jamás; más fuerte que un millón de gritos de desesperación y negación, todos alzando la voz al mismo tiempo. Sus manos, temblando violentamente, cubrieron su rostro en agonía.

-¿¡QUÉ PASA, QUERIDA!? ¿¡¿¡Qué pasa!?!?

La voz temblorosa y preocupada de Corbyn resonó desde la puerta del sótano. El sonido de su bastón golpeó con fuerza los escalones de madera mientras ponía todo su esfuerzo en acercarse lo más posible a su perturbada ayudante.

Amara abrió los ojos y siguió con la mirada la voz del anciano. Levantó su rostro empapado e hinchado para encontrar a su empleador de tres patas ya en la mitad de las escaleras del sótano, mirándola como si fuera una demente que se acababa de escapar del manicomio.

-¿Qué pasó querida? - preguntó de nuevo en un tono más suave pero igualmente preocupado.

Amara no podía hablar. Sus innumerables esfuerzos por vocalizar palabras resultaron inútiles, pues solo lograba emanar balbuceos ininteligibles.

Para el momento en que comprendió que ningún lenguaje comprensible escaparía de su boca por un tiempo, Corbyn ya había llegado al pie de la escalera. Amara siguió apuntando con su dedo tembloroso al centro de la habitación, justo donde estaba el cuerpo, mientras que su otra mano cubría su cara.

-No hay nada ahí, querida. ¿Qué has visto? Mira, mira, no hay nada ahí ...

Corbyn agarró la mano de Amara, apartándola de su rostro trastornado. Reuniendo todo el coraje del mundo, ella giró la cabeza hacia el sótano.

Docenas de cajas viejas, todas cautelosamente marcadas con una etiqueta blanca, rodeaban una habitación bastante oscura, cuya única fuente de iluminación era una bombilla sucia incrustada en el techo de cemento.

Justo en el centro de la habitación había un pequeño gimnasio, compuesto solo por una cinta de correr, una elíptica y una máquina de pesas.

-Vengo aquí a hacer ejercicio todos los días, querida. Además, las escaleras son buenas para ejercitar mi pierna rígida - Dijo, dejando escapar su familiar risita alegre, en un intento de aliviar la tensión - Ahora, ¿no te gustaría respirar hondo y subir las escaleras conmigo para tomar una buena taza de manzanilla? Apuesto a que te hará sentir mucho mejor.

La mirada de Amara estaba fija en el gimnasio, del que solo la apartaba para mirar el techo justo encima, y luego volvía al gimnasio. Ahora era Corbyn quien estaba empezando a asustarse por la expresión desconcertante e incrédula de ella.

Corbyn jaló insistentemente el brazo de Amara durante unos segundos, hasta que esta finalmente cedió. Ambos subieron las escaleras hacia la puerta del sótano, apagando la luz mientras la cerraban.

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Capítulo 5: Manzanilla

-Aquí tienes; un poco de manzanilla, un poco de azúcar y un poco de algo más; el ingrediente secreto que usaba mi madre para ayudar a relajarnos después de un día intenso.

Amara ni siquiera estaba escuchando. Sus manos, todavía temblorosas, recibieron mecánicamente la taza de manzanilla, mientras que su mente, ahora en blanco, parecía estar todavía encontrando el camino de regreso a la cocina.

-¿Quieres un poco más de azúcar?

-Eh, no, no gracias.

-Tómalo con calma, querida. No te preocupes. A veces nuestra mente nos juega malas pasadas. A todo el mundo le pasa eso, es perfectamente normal. Verás, ¡yo mismo a veces olvido dónde dejo mis cosas! Desde cosas que son muy importantes para mí, que guardan hermosos recuerdos, hasta cosas que necesito para mi uso diario. Por ejemplo, ayer alguien llamó por teléfono; el aparato seguía sonando y sonando, pero nunca respondí, ¿sabes por qué? ¡Porque no podía encontrar mi dentadura! ¿Cómo iba a hablar sino?

Corbyn soltó tal carcajada que casi se cae de la silla, mientras levantaba ambas piernas del suelo y se sujetaba las rodillas con las manos. Amara lo miró fijamente durante un rato y luego respondió con una leve sonrisa.

De repente, Corbyn se detuvo. Su risa salvaje se transformó rápidamente en una expresión totalmente seria.

-Debes estar bajo mucho estrés, ¿no?

Amara lo miró directamente por un segundo, prestando total atención, por primera vez, a una pregunta suya. Pero su mirada se apartó rápidamente, esquivando los ojos del anciano.

-¿Qué pasa, querida? Me puedes decir. No tengo a nadie con quien hablar, de verdad, e incluso si lo tuviera, nunca traicionaría la confesión de una amiga. Hay algo que te preocupa profundamente, algo que te mantiene despierta por la noche, ¿verdad?

Amara intentó por todos los medios evitar la mirada de Corbyn. Sus ojos se mantuvieron fijos en la taza de manzanilla, ahora vacía.

-¿Qué te ocurre?

El anciano ahora se había inclinado hacia ella, estirando su cuello arrugado como una tortuga, acercándose hacia el oído izquierdo de Amara.

-Puedes contarme… Puedes contarme lo que sea… - susurró.

Amara ya no pudo evitarlo más. Los ojos redondos y abiertos del anciano la miraban como dos lámparas brillantes en una sala de interrogatorios; incisivo, inquebrantable, insoportable.

De repente, el ruido del timbre resonó en toda la casa, capturando completamente la atención del búho personal de Amara.

-¡Vaya! Ese debe ser el cartero. ¡Vuelvo enseguida! - Dijo el anciano, mientras tomaba su bastón y se dirigía hacia la puerta principal.

De un momento a otro, Amara se quedó sola en la cocina. Una fuerte ráfaga de adrenalina se apoderó de su cuerpo, haciendo que su cabeza gire violentamente hacia la puerta de la cocina y luego hacia el lado opuesto de la cocina, donde estaban los cuchillos de carne.

Como un depredador a punto de capturar a su presa, Amara se puso de pie y agarró el cuchillo más afilado, el deshuesador, y lo sostuvo una tanta firmeza que lo hizo sentir parte de su brazo. Mientras apuntaba la cuchilla hacia la puerta de la cocina, encontró su reflejo en el acero cuidadosamente pulido.

Nunca antes en su vida se había visto tan pálida, tan carente de vida y tan terriblemente asustada. De repente, la adrenalina desapareció.

¿Qué estás haciendo? ¿Por qué sostienes ese cuchillo? ¿Quién eres? Se preguntó a sí misma.

No tenía ni la más remota idea de qué carajo estaba sucediendo, pero si algo sabía con certeza es que esta no era ella. Así no soy yo; Amara seguía repitiendo, ahora en voz alta.

Dejó el cuchillo en su sitio y volvió a sentarse a la mesa, sintiendo como si acabara de ser atropellada por un carro.

¿Qué quieres, Amara? Se preguntó, mientras la desesperación desbordaba su voz. ¿Qué es lo que quieres realmente?

La verdad es que todo lo que quería hacer era olvidar. Quería olvidar esas visiones que le partían el cerebro, quería olvidar a Corbyn, la casa, la subasta, y el plan.

Por una fracción de segundo incluso pensó que quería olvidarse de Jerry, y se imaginó a sí misma saliendo de la ciudad con su hijo hacia un nuevo comienzo en algún lugar lejano.

Pero ella lo amaba. No entendía por qué, solo sabía que así era. Había una fuerza poderosa e inexplicable que la atraía hacia Jerry de la misma manera como se sintió inevitablemente atraída por ese cegador foco del sótano.

No podía dejarlo, y no podía dejar a Levi sin su padre. Quería que los tres fueran felices. Después de todo lo que han pasado durante tantos años, si había algo que Amara tenía claro era que los tres merecían ser felices.

Sin embargo, como fiel creyente del karma que era, también estaba jodidamente asustada. Amara sabía que esa carga tan terrible permanecería para siempre clavada en su espalda, como el cuchillo que pretendió clavar en el pecho de Corbyn hace dos minutos, en un destello de locura desenfrenada.

Quería detener el plan. Dejarlo todo, tirar todo por la borda. Regresar a sus vidas miserables pero dignas, gobernadas por la escasez y la abstinencia. Cualquier cosa menos lidiar con lo que sea que estaba atormentando su mente y su alma de esa manera. Había sido ese plan, seguro; la idea de llevarlo a cabo estaba friendo su mente y destruyendo todo su ser.

De repente, se dio cuenta de que Corbyn se estaba demorando demasiado para haber ido solo a responder al cartero, pensó, mientras sus ojos se desviaron sin rumbo por las paredes de la cocina y terminaron posándose sobre el reloj de pared.

Y entonces supo que era demasiado tarde, porque Jerry ya estaba camino a la mansión Porchester.

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Capítulo 6: La corbata

A las seis y diez de la tarde, diez minutos después de la hora de salida de Amara, el señor Corbyn estaba arriba tomando su segundo baño diario. A diferencia del de la mañana, que simbolizaba el cierre perfecto de su rutina deportiva y el comienzo de un nuevo día, el baño de la tarde tenía como objetivo la calma y la relajación.

El vapor caliente fluía por la pequeña ventana del baño, perdiéndose con los últimos rayos del sol.

A las seis y cuarto, la ventana de vidrio amarillo en la puerta trasera de la cocina se vio opacada por la figura de un hombre. La oxidada manija de la puerta se giró lentamente, tal como el grifo del agua caliente en el baño de Corbyn.

Jerry entró de puntitas en la cocina, mientras sus ojos escaneaban el área, confirmándole que estaba solo. Caminó hacia la puerta que daba a la sala y la abrió lo suficiente como para echar un vistazo.

Al ver que la sala estaba vacía, procedió a atravesar la puerta, junto con la bolsa marrón que llevaba sobre sus hombros.

- ¿Dónde carajo estás? - dijo, intentando susurrar, pero fracasando.

- ¡Shhhh! ¡Habla bajo! El viejo está arriba en el baño - Dijo Amara, al otro lado de la sala, detrás de las escaleras.

Jerry se apresuró a encontrarse con su esposa, sin apartar la vista del segundo piso, justo donde estaba la habitación del anciano.

-¿Dónde está el sótano?

Amara estaba junto a la puerta del sótano, mirándolo nerviosamente, mientras sus manos temblaban tan igual como la primera vez que estuvo allí. Sus ojos suplicantes, abiertos como un par de pelotas de golf, miraban a su esposo con extenuante desesperación, y con la esperanza de que él fuese capaz de leer entre líneas y entendiera el mensaje que le estaba transmitiendo con toda su energía. Pero leer nunca había sido el fuerte de Jerry.

-¡¿¡¿Dónde está?!?! ¡¡¡Para hoy mujer!!!

-Eh… es… está aquí mismo.

Jerry empujó ferozmente la puerta para abrirla y procedió a correr escaleras abajo, saltando los escalones de dos en dos.

Una cosa de la que Amara estaba segura era que prefería esperar en la ducha con el mismo Corbyn antes que volver a bajar al sótano. Sin dejar espacio para que Jerry se quejara, cerró la puerta y huyó a la cocina.

A las siete de la noche, el vapor macerado en el baño del anciano finalmente encontró una fuente de escape, cuando este abrió la puerta. El sonido de la secadora de pelo, que Corbyn se había negado a abandonar en honor a esas últimas cinco canas que aún estaban adheridas fielmente a su cuero cabelludo, ocultó los pasos firmes de su más reciente huésped, quien ya había abierto la puerta del sótano y se dirigía hacia el dormitorio principal.

Jerry colocó su mano sobre la esfera de madera en la baranda al pie de la escalera, y luego procedió a subir al segundo piso.

La única fuente de luz que quedaba en la casa venía de la pequeña lámpara en la mesita de noche del anciano, advirtió Jerry, al encontrarse ya en el último escalón. Entonces entabló una estrecha amistad con las sombras, quienes le proporcionaron un lugar perfecto para esconderse mientras observaba a su ingenua víctima reposar su bastón junto a la mesa, quitarse sus suaves pantuflas blancas de conejito y colocar su dentadura postiza en un vaso de agua, antes de acostarse.

La aguda oscuridad que finalmente inundó la habitación, tras apagarse la luz de la mesita de noche, fue la señal para que sus pies comenzaran a salir de su escondite y entraran en el dormitorio principal.

Los hombres de esa edad se duermen rápido, pensó. Una alegre, pero terrible sonrisa se extendió por su cara, mientras se detenía al lado del hombre que dormía tranquilamente el sueño de los inocentes.

La cuerda en su mano comenzó entonces su fatal viaje, firme, severa, implacable, hacia el cuello del anciano, deteniéndose justo en la parte superior de su cabeza, lista para ese movimiento brusco que la convertiría en una corbata mortal.

Jerry intentó reafirmar cada uno de sus movimientos, mientras sentía que la fuerza y la confianza se acumulaban en su interior, pues sabía, positivamente, que este anciano era lo más cercano que había estado a una pasa humana.

El tiempo corre, dijo su mente, mientras se preparaba para hacer el fatal movimiento.

-Muchacho…

Un susurro, que podría haberse perdido perfectamente entre los sonidos de la noche, erizó todos los pelos en el cuello de Jerry, mientras llegaba a sus oídos desde la puerta del dormitorio.

-No lo despiertes, muchacho, por favor, hazme caso.

Jerry se dio la vuelta lentamente; mientras sus piernas ya habían comenzado a temblar mucho más que las de un hombre con bastón.

El anciano estaba de pie junto a la puerta, con el dedo índice sobre su boca, mientras sus ojos ansiosos, abiertos como los de un búho, miraban a Jerry suplicantes.

-No toques eso, ven acá, aléjate de eso.

Jerry, quien ya había olvidado cómo parpadear, hizo todo lo posible por adaptar su vista a la oscuridad, asegurándose de que no fueran sus ojos, ni su mente, quienes le estuviesen jugando una mala pasada.

Se volvió de nuevo hacia la cama, mirando a quien se suponía era la misma persona que ahora le hablaba desde afuera de la habitación. Lo único que podía ver era una sombra negra, que aún parecía ser un hombre dormido, aunque no podía distinguir quién era.

Casi como en trance, Jerry comenzó a caminar de regreso hacia la puerta, mientras sus ojos sorprendidos no podían apartarse del bulto negro que descansaba sobre la cama.

-¿Qué haces, hijo? No te preocupes, por la mañana ya se habrá ido - dijo Corbyn, todavía susurrando, mientras comenzaba a caminar por el pasillo, hacia la habitación más alejada de la casa, haciendo señas a Jerry para que lo siguiera.

Jerry no sabía qué hacer. Se paró como un idiota en la escalera, mirando de un lado a otro entre el dormitorio principal y los pasos que daba el anciano, al extremo opuesto del pasillo.

Lejos de seguirlo, corrió escaleras abajo en búsqueda de su esposa. La llamó una vez, dos veces, nada. Fue a buscarla por la puerta del sótano, nada. Luego se dirigió hacia la puerta de la cocina.

-Oye, ¿qué haces ahí abajo? La puerta de la cocina no debe abrirse a esta hora de la noche. Créeme, no quieres ver lo que hay ahí adentro.

El anciano estaba ahora de pie en medio de la escalera, mostrándole una sonrisa ligera y relajada. Jerry le dio la espalda a la puerta de la cocina, aún cerrada, mientras su mente se congelaba de horror, sin saber cuál Corbyn era ese; el que estaba en la cama o el que le habló desde la puerta del dormitorio.

-¿Sabe qué? Olvídelo, lamento haber irrumpido en su casa, solo estaba buscando a mi esposa y ...

De repente, el rostro del anciano volvió a tener una expresión totalmente seria, mientras que su dedo índice voló por el aire nuevamente y se posó en sus labios, diciéndole a Jerry que bajara la voz.

-¡Baja la voz! - dijo, susurrando, mientras completaba su recorrido por las escaleras - Es demasiado tarde, hijo. A esta hora de la noche es mejor si no abres ninguna puerta.

Jerry se quedó allí, mientras una máscara de desconcierto y confusión ahora abarcaba toda su cara.

-Vamos, muchacho. Solo sígueme, podrás irte al amanecer - dijo, dándole a Jerry una palmada en el hombro antes de volver arriba.

Jerry dudó por unos segundos y luego decidió seguirlo.

A mitad de camino hacia el segundo piso, sin embargo, se detuvo en seco. El anciano siguió caminando y se perdió en la oscuridad, mientras Jerry se dio cuenta de algo. Esta versión de Corbyn no caminaba sobre un bastón; subió y bajó las escaleras como si tuviera veinte años.

-A la mierda - dijo Jerry, mientras se daba la vuelta y volvía a bajar.

-¡¡¡NOOO!!! ¡¡¡NO BAJES!!!

Como si hubiera estado observando todo, Corbyn emergió de las sombras del pasillo en el segundo piso y comenzó a perseguir a Jerry, quien bajó rápidamente hacia la puerta de la cocina.

-¡¡¡NO ABRAS ESA PUERTA!!!

Incluso esta inusual versión sin bastón de Corbyn no fue lo suficientemente rápida para atrapar a Jerry. El anciano seguía gritando desde las escaleras, mientras su no invitado visitante llegó a la puerta de la cocina y la abrió de golpe.

Y entonces hubo solo silencio.

Jerry mantuvo la puerta abierta y miró hacia adentro. La cocina estaba oscura y vacía, como cualquier otra cocina durante la noche. Inmediatamente se dio la vuelta para ver si el anciano todavía estaba en la escalera. Pero la casa parecía vacía; ya no había señales de Corbyn por ningún lado.

Necesitaba encontrar a su esposa. Estaba a punto de levantar la mano izquierda en busca del interruptor de luz, pero algo obstaculizó el plan, pues esta parecía andar ocupada sosteniendo algo.

Las piernas de Jerry temblaron por segunda vez ese día, mucho peor que la primera vez, cuando vio lo que su mano estaba sosteniendo. Perdiendo completamente el control sobre su cuerpo, se derrumbó en el suelo.

El bastón negro y brillante estaba ahora tirado junto a él, enredado entre sus piernas después de la caída. Aún asombrado, puso sus manos a cada lado, en un intento de levantarse.

Y fue entonces que sus ojos se abrieron tanto que casi se caen de sus cuencas. Sus manos ya no eran como las recordaba. Unas manos arrugadas y amarillentas estaban ahora en el suelo frente a sus ojos. Aún de rodillas, Jerry levantó ambas manos hacia su cara y recorrió cada centímetro de su piel con sus delgados dedos.

Las yemas de sus dedos, rugosas como pasas, recorrieron incontables arrugas y pliegues profundos, impregnados en su piel debido al paso de los años que nunca vivió. Se puso de pie violentamente, sintiendo la rigidez en su pierna izquierda, la razón por la que andaba con bastón.

Se abalanzó sobre la encimera de la cocina, buscando un espejo o algo parecido. Los cuchillos de carne lo saludaron desde su estuche de madera. Tomó el más afilado y colocó la hoja frente a su cara.

El silencio sepulcral del barrio fue roto por los gritos emanados desde la garganta ajena de Jerry. Se quedó allí, petrificado, sosteniendo el cuchillo frente a su cara, mirando su boca desdentada abrirse en un grito eterno.

Sin embargo, mientras estaba sumergido en el océano profundo de una desesperación paralizante, no se dio cuenta de que había alguien acercándose a la puerta de la cocina. Ese alguien sostenía con fuerza entre sus manos una soga; firme, severa, implacable.

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Capítulo 7: Un hombre de palabra

Jerry se quedó en silencio al oír las bisagras oxidadas de la puerta. El rabillo de sus ojos se giró, lentamente, para encontrarse con el visitante más reciente de la cocina. Sin embargo, antes de que pudiera darse la vuelta por completo, la cuerda, sujetada con fuerza por un par de manos jóvenes, alcanzó su cuello y lo apretó con dureza, intentando que el espacio para que pase el aire por la garganta de Jerry fuese tan estrecho como su esperanza de escapar ileso.

Se echó hacia atrás, mientras reunía toda su fuerza y concentración para hundir violentamente los codos en las costillas de su atacante, una represalia que resultó inútil, ya que el hombre seguía de pie como un robusto árbol.

Jerry se dio la vuelta, mientras su frágil fuerza hacía esfuerzos que superaban sus capacidades normales, pues el deseo de supervivencia lo obligaba a concentrarse en dos cosas a la vez, luchar contra el atacante y mantener su pierna rígida sincronizada con el resto de su cuerpo. Tropezó con las sillas de la cocina, empujó la mesa hacia adelante en un ajetreo ensordecedor y cayó al suelo. El atacante también perdió el equilibrio, un evento que le otorgó a Jerry una ligera abertura entre la cuerda y su cuello, donde pudo colocar con éxito sus dedos, y su esperanza.

Ambas rodillas de Jerry se apoyaron contra el frío suelo de la cocina, mientras el atacante permanecía de pie detrás de él, apretando la cuerda. Sus dedos huesudos comenzaron a alejarse en cámara lenta, tratando desesperadamente de ampliar el espacio entre la cuerda y su cuello arrugado; luchando cuerpo a cuerpo con la muerte, literalmente.

Y estaba perdiendo. Su débil fuerza comenzó a ceder, mientras la idea de rendirse pisaba el acelerador en el camino a convertirse en la opción más sensata. ¿Qué posibilidades tenía contra este joven y fuerte hombre? Mientras todavía sostenía la cuerda, bajó los codos y lanzó una mirada mortal a la puerta de la cocina, esperando que el destino simplemente llegara.

Y luego la puerta se abrió.

Un golpe de luz revivió desde el rincón más profundo del alma de Jerry, cuando vio a Amara entrar en la cocina.

Quería llorar hasta quedarse sin lágrimas, decirle lo feliz que estaba de verla y lo extraordinariamente oportuna que había sido su aparición. Quería decirle cuánto lamentaba todas las veces que había tratado como basura, todas esas veces que la descuidó y menospreció. No había palabras para expresar cuánto quería agradecerle.

Amara gritó y se cubrió los ojos, lo que le dio a Jerry la oportunidad de alejar finalmente a su atacante. Se tumbó en el suelo, tosiendo escandalosamente, mientras el aire finalmente volvía a entrar en sus pulmones, como un hilo de agua que corre por la garganta de un sobreviviente en medio del desierto.

-Jerry, por favor, no podemos seguir con esto.

Él levantó la cabeza y, por primera vez en toda su vida, estuvo completamente de acuerdo con su esposa, cuando lo interrumpieron.

-¿Estás loca? Ya hemos ido demasiado lejos. No hay vuelta atrás.

Esas palabras se sintieron como si el hierro más abrasivo estuviese quemando cada centímetro en el cerebro de Jerry, pues esa voz no era otra más que la suya. Miró a Amara y fue entonces que llegó al punto más lejano de su viaje personal de horror, cuando se dio cuenta de que no era a él a quien ella le estaba hablando.

Con la única fuerza que quedaba en su drenado cuerpo, se dio la vuelta para finalmente enfrentarse a su atacante, que estaba parado a un metro detrás de él.

La sonrisa confianzuda que había usado toda su vida para lucirse en momentos de triunfo, ahora se encontraba frente a él sin necesidad de un espejo.

La desesperación se apoderó de él como un millón de hormigas arrastrándose por todo su cuerpo.

-Amara, ¡¿qué estás haciendo?!?! Soy yo, ¡Jerry!!! ¡¡¡SOY YO!!!

Amara dirigió su mirada hacia él. El horror se había apoderado de todo su ser de una manera que nunca antes había visto, nunca, desde el primer día que la conoció, hace casi quince años. Automáticamente, ella se dio la vuelta y empujó la puerta, en un intento de escapar no de la cocina, sino de la escena dentro de ella. Sin embargo, en lugar de dar un paso hacia afuera, se detuvo y se dio la vuelta nuevamente, esta vez con una expresión totalmente diferente.

-No, no otra vez. No me va a atrapar esta vez. No me va a hacer caer otra vez en esos malditos trucos suyos, Sr. Corbyn. No otra visión como la del sótano.

-¿Qué visión? - preguntó el ahora más fuerte y joven hombre de la casa.

-Algo que este puso en mi mente. No sé cómo lo hace, pero puede meterse en la mente de las personas. Y no ha sido solo una vez ...

Jerry ya había dejado de escuchar las palabras de su esposa. En cambio, eligió recordar los cuchillos para la carne. Esos testigos silenciosos de toda la escena, quienes inocentemente observaron todo desde su elegante caja de madera.

Se puso de pie lo más rápido que pudo, tirándose sobre la encimera. Su mano agarró con fuerza el mango del cuchillo deshuesador, apuntándolo, con una mano más que temblorosa, hacia su nuevo alter-ego.

-No sé quién carajo eres, pero vas a apartar el poto de esa puerta y vas a dejarme pasar.

-¿Qué vas a hacer, viejo? – respondió el nuevo Jerry, con el mismo nivel de calma como si le preguntara a una monja sobre sus planes para el fin de semana.

Jerry sabía que el premio del juego sería su vida. Un movimiento extremadamente arriesgado era todo lo que le quedaba. Canalizando todo su peso sobre su pierna derecha, saltó sobre su impostor, sosteniendo el cuchillo deshuesador en la mano derecha y empujándolo hacia adelante como un avión asesino.

Ambos cayeron al suelo. En ese momento, los reflejos del impostor ordenaron a su mano robada que enviara la misión de vuelo del cuchillo a un aterrizaje forzoso. Sujetó la muñeca del anciano con fuerza, desviando el cuchillo en un principio, pero luego, y para el profundo asombro de Jerry, lentamente comenzó a llevar el cuchillo puntiagudo hacia su propio pecho.

-¡AMARA!!! ¡¡¡Por favor, ayúdame!!! ¡AMARA!!! ¡Quítame a este viejo de encima! – El falso Jerry comenzó a chillar a la pobre mujer horrorizada.

El bolsillo en la camisa blanca del falso Jerry se tiñó de un rojo profundo, debido al chorro de sangre que salía de la herida que él mismo estaba tallando sobre su propio pecho. El anciano estaba sobre él, sintiendo el inútil apretón que mantenía sobre el cuchillo, su último intento por sobrevivir, cosa que, a estas alturas, también lo había traicionado.

El impostor dejó que la hoja se hundiera lo suficiente como para herirlo, pero no para matarlo, mientras seguía tirado en el suelo, rogándole a Amara, a través de sus continuos gritos de ayuda, que hiciera lo que fuera necesario.

Ella seguía de pie junto a la puerta de la cocina, mientras sus ojos se desviaron salvajemente de una pelea condenada a convertirse en una escena del crimen hacia la caja de madera en el mostrador, todavía llena de cuchillos de cocina.

Jerry volvió la cabeza hacia su esposa, viendo en cámara lenta sus pasos decididos hacia el mostrador. Con los últimos destellos de fuerza y juventud que le quedaban, aprovechó que el impostor estaba concentrado en Amara para liberarse de sus manos y ponerse de pie. Agarró la manija oxidada en la puerta de servicio de la cocina, la abrió y salió corriendo de la casa.

A pesar de su pierna rígida, logró llegar hasta el final del patio trasero, cuando el sonido de un objeto pesado, que cortaba el aire, convertiría su asombrosa maratón en un esfuerzo inútil.

El cuchillo deshuesador resultó ser un silencioso acompañante que salió de la casa detrás de él, cortando el aire hasta llegar a su cuello y terminando su vuelo sumergiéndose con gracia en él.

Amara salió hacia el patio y, después de unos segundos, sonrió un tanto aliviada al ver el cuerpo inmóvil del anciano tendido justo frente a la pequeña reja de madera.

-No sabía que eras tan hábil con los cuchillos - Dijo Amara después de una breve pausa, mirando con orgullo la cara de su esposo.

Él decidió no malograr el momento dando una respuesta y siguió sonriendo, orgulloso de ser un hombre de palabra.

Pues, como dijo antes, estaba convencido de que no iba a dejar este mundo siendo un hombre que camina con un bastón.


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